viernes, 5 de agosto de 2011

POR SUS FRUTOS LO CONOCERÉIS


Cierto hombre que vendía leña a sus vecinos los defraudaba cortando las piezas como diez centímetros menos largas de lo que debían ser.  Un día circuló el rumor de que este leñador se había convertido a Cristo.  Nadie creía el informe. Decían que ese tipo no cambiaría.  Sin embargo, un hombre, para satisfacer su curiosidad, fue a una tienda donde aquel leñador había entregado un montón de leña.  Midió las piezas y descubrió que medían como diez centímetros más de lo que debían.  Luego el hombre volvió al grupo que discutía el asunto, y les dijo:
--Es cierto. Yo sé que el leñador se convirtió.
--¿Cómo lo sabe usted? –le preguntaron. –Porque acabo de medir la leña que él cortó ayer y todos los palos miden más de un metro de largo.

OBRA PERSONAL DE UN MAESTRO


El señor D. L. Moody, poderoso evangelista laico de los  Estados Unidos, por medio de sus labores ganó a muchos miles de almas para Cristo.  Su maestro de escuela dominical en Boston.  El señor Kimball, hombre de negocios, lo ganó para Cristo.  “Me acuerdo”, dice Moody, relatando este hecho, “que llegó mi maestro y se puso tras el mostrador donde yo estaba trabajando, y poniéndome la mano en el hombro, me habló de Cristo y de mi alma, y debo confesar que hasta entonces no había pensado en que tuviese un alma. Cuando me dejó aquel hombre, me quedé pensando: ¡Qué cosa más extraña! He aquí un hombre que apenas me conoce, y llora pensando en que mis pecados pueden llevarme a la perdición, y yo no he derramado nunca una lágrima por todo esto.  No recuerdo lo que me dijo, pero todavía hoy me parece sentir sobre mí el peso de aquella mano.  Poco después conocí la salvación”.  ¿Qué parte tuvo este fiel cristiano, casi desconocido, en la gloriosa obra del gran evangelista?

OYÓ EL SERMÓN Y QUERÍA VIVIRLO

Cuando una anciana salía de la iglesia, una amiga la encontró y le preguntó: --¿Ya terminó el sermón?.


--No –respondió la anciana--, ya lo predicaron, pero no se ha terminado.  Ahora voy a hacer mi parte del sermón, a vivirlo.
Cuando una congregación, por pequeña que sea, reacciona de manera tal, por causa de los sermones de su pastor, el beneficio es incalculable.